Y allí me encontraba yo, en la linea de salida, en una final olímpica, mi especialidad, los 200 metros lisos.
No hay nada mejor para ganar que saberse vencedor, convencerse de ello. Nada mejor que el silencio y la paz en uno mismo para no sentir los cientos de miles de personas del estadio.
Sonó el pistoletazo de salida, y como un rayo salí corriendo, no miré atrás hasta al final, corrí todo lo que pude y cuando decidí hacerlo vi que ya era ganador, alcé mis manos al aire y entré en la meta sonriente. Fue un momento de alegría exhausta, de felicidad, había ganado por méritos propios una medalla de oro de las olimpiadas. Tras de mi un chico austriaco y otro compatriota de color fue el tercero.
Creo que lo tenía preparado, yo me sabía ganador, mis camaradas sabían lo que yo y John ibamos a hacer, el mundo aún no lo sabía.
Nos dirijimos hacia el pedestal de los campeones, una vez allí mescalcé mis zapatillas deportivas, me puse un guante de cuero en mi mano derecha. Cuando sonaba el himno de mi país tanto John como yo alzamos nuestro puño al aire y agachamos la cabeza. Aquello fue el principio del fin y el final de un principio.
Ese gesto, me devolvió a Estados Unidos, me quitó la medalla que gané tan merecidamente, una vez en casa me despidieron de mi trabajo de limpia coches, me trataron como un delincuente mucho tiempo, he sido amenazado de muerte en varias ocasiones y tardé años en conseguir un trabajo y nunca volví a correr en un estadio.
Todos hicieron la lectura equivocada de mi gesto, nadie se paró a pensar que ir descalzo simbolizaba la pobreza que había en mi país, sobretodo en los Afro Americanos, la cabeza gacha era una oración de Paz y un grito a la libertad, el puño en alto la lucha por la igualdad.
Ese gesto fue cambiando el mundo poco a poco, hoy, hay un presidente de color en una casa blanca...
Esta historia está basada en hechos reales, he intentado explicarla tal y como sucedió, gracias a JARA por la frase de esta semana y Brian que me inspiró cuando le dejé un comentario en su blog.